En la mañana de este domingo, la Catedral Metropolitana de Buenos Aires fue escenario del tradicional Tedeum, ceremonia litúrgica en el marco del 215° aniversario de la Revolución de Mayo. El presidente Javier Milei asistió acompañado por su gabinete y otras autoridades nacionales.
El arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge García Cuerva, presidió la homilía, centrando su mensaje en la necesidad de una transformación social profunda y urgente. Destacó que "la gente está haciendo un esfuerzo muy grande y hay que acompañar con hechos y no solo con palabras".
García Cuerva utilizó la imagen de "manos paralizadas" para describir la falta de acción en áreas críticas como la fraternidad, la solidaridad y la justicia social. Señaló que "parecemos tener las manos paralizadas para el encuentro que construye fraternidad, para abrazar a los heridos por la soledad y la tristeza, para ser solidarios con los que menos tienen".
El arzobispo instó a no postergar las soluciones a problemas estructurales, advirtiendo que "hay parálisis que no se pueden procrastinar: su postergación en nombre de un futuro prometedor generaría consecuencias nefastas por irreversibles en la vida de las personas".
Entre los temas abordados, destacó la malnutrición infantil, la falta de escolarización, la inaccesibilidad a servicios de salud y la situación de los jubilados, quienes "incapaces de sostenerse diariamente con un mínimo de dignidad", representan heridas sociales que requieren atención inmediata.
García Cuerva también criticó acciones de la dirigencia política, como los recientes autoaumentos de sueldos, señalando que "siguen doliendo las acciones de la dirigencia, divorciadas de la ciudadanía de a pie".
El arzobispo hizo un llamado a construir una "alianza social para la esperanza, inclusiva y no ideológica", enfatizando que "entre todos construimos la Patria".
En su mensaje, también pidió a Dios que "nos preserve de las manos manchadas de sangre por el narcotráfico, de las manos sucias de la corrupción y la coima, de las manos en el bolsillo del egoísmo y la indiferencia".
El Tedeum, que se celebra cada 25 de mayo, es una tradición que data de la época colonial y se ha mantenido como una ceremonia de acción de gracias y reflexión nacional.
La presencia del presidente Milei y su gabinete en la ceremonia subraya la importancia institucional del evento. Sin embargo, las palabras del arzobispo resonaron como un llamado a la acción concreta y al compromiso con los sectores más vulnerables de la sociedad.
García Cuerva concluyó su homilía con una oración por una Argentina en la que "entren todos, que nadie quede afuera, que no haya excluidos", y en la que todos "se sienten a la mesa de la dignidad".
Tedeum 25 de mayo 2025 - Texto completo: Mensaje de la Iglesia
Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva».
Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados. Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: «Con sólo tocar su manto quedaré curada». Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.
Llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?». Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas».
Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.
Al entrar, les dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme».
Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate»!
En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer. Marcos 5, 21-29 y 35-43
El mensaje que compartiré quiere ser un aporte, a la luz de la Palabra de Dios, para la reflexión de todos los actores de la sociedad argentina, convencido de que entre todos construimos la Patria, más allá de saber que, luego, algunas frases puedan ser tomadas de manera aislada para querer alimentar la fragmentación.
El jefe de la sinagoga, Jairo, le ruega a Jesús con insistencia por la salud de su hija, y Jesús lo escucha, se conmueve y se moviliza. No se queda impávido frente a tanto dolor, el dolor de un padre que ve que su hija se está muriendo. Él quiere que su hija se cure y viva.
Nosotros también venimos a pedirle a Dios que nuestra Argentina se cure y viva. Experimentamos que se está muriendo la fraternidad, se está muriendo la tolerancia, se está muriendo el respeto; y si se mueren esos valores, se muere un poco el futuro, se mueren las esperanzas de forjar una Argentina unida, una Patria de hermanos.
En el camino a la casa de Jairo, aparece una mujer que padecía hemorragias hacía doce años. El evangelio dice que “había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado”. ¡Cuántas promesas incumplidas! ¡Cuántas veces se habrá sentido engañada, y estafada!; habrá experimentado bronca, apatía, desazón. Nosotros también, años de promesas incumplidas y estafas electorales que nos hicieron perder las ganas de participar, nos hicieron perder el entusiasmo de involucrarnos, hasta de cumplir con el deber ciudadano de ir a votar, porque pensamos: “otra vez lo mismo”, “nada va a cambiar”; sentimientos e ideas que afloran cuando se experimenta que nos mintieron muchas veces.
Esa mujer padecía hemorragias, se estaba desangrando. Nuestro país también sangra: tantos hermanos que sufren la marginalidad y la exclusión; tantos adolescentes y jóvenes víctimas del narcotráfico que en algunos barrios es un estado paralelo; tantas personas que están en situación de calle; las familias que sufrieron las inundaciones; las personas con discapacidad; tantas madres que ya no saben qué hacer y cómo evitar que sus hijos caigan en las garras de la droga y el juego; los jubilados que merecen una vida digna, con acceso a los remedios y a la alimentación; herida esta que sigue abierta y sangra hace años, pero que como sociedad tenemos que curarla pronto. Muchos podrán ser los responsables de esta triste situación, pero la oportunidad que tenemos nosotros de resolverla es hoy, ¿cuántas generaciones más y hasta cuándo deberán reclamar por jubilaciones dignas?
Argentina sangra en la inequidad entre los que se laburan todo, y los que han vivido de privilegios que los alejó de la calle, de los medios de transporte público, de saber cuánto valen las cosas en un supermercado; alejados de la gente de a pie, no sienten su dolor, ni sus frustraciones, pero tampoco se emocionan con sus esperanzas y su esfuerzo diario por salir adelante.
Y ante el dolor, a veces, como aquellas personas de la casa del jefe de la sinagoga, bajamos los brazos y decimos como ellos “ya murió”, ya no hay nada que hacer, transformándonos en agoreros de malas noticias, en profetas de calamidades, incluso escuchando todo el tiempo a los que envenenan el alma remarcando siempre lo que está mal, lo que falta.
El evangelio detalla que Jesús no tiene en cuenta esas palabras, sino al contrario anima en la esperanza: “No temas, basta que creas”; nos invita a seguir adelante, a no desesperarnos, a confiar en Él, en nuestras capacidades como pueblo, y en nuestras raíces, haciendo memoria agradecida por tantos que hicieron grande a la Argentina.
Pero a pesar de que Jesús da la buena noticia de que la niña no está muerta, sino que duerme, a pesar que hoy también a nosotros nos dice que Argentina no está muerta, sino que a veces estamos adormecidos por la indiferencia y el individualismo, hay quienes se burlan de Jesús. Son los haters de aquélla época, los que difaman, desprecian o critican destructivamente a una persona, a una entidad, o una obra; los que odian y justifican su desprecio; el terrorismo de las redes, como decía el Papa Francisco (1). Hemos pasado todos los límites, la descalificación, la agresión constante, el destrato, la difamación, parecen moneda corriente. El Santo Padre León XIV decía a los representantes de los medios de comunicación hace unos días: La paz comienza por cada uno de nosotros, por el modo en el que miramos a los demás, escuchamos a los demás, hablamos de los demás; y, en este sentido, el modo en que comunicamos tiene una importancia fundamental; debemos decir “no” a la guerra de las palabras y de las imágenes. (2)
Tenemos necesidad de diálogo, de forjar la cultura del encuentro, de frenar urgentemente el odio. Démonos otra oportunidad, no podemos construir una Nación desde la guerra entre nosotros. Todo acto de violencia es condenable, y quiebra el tejido social.
Continúa el evangelio diciendo que Jesús tomó de la mano a la niña postrada. Quizás es lo que nos falta como pueblo argentino, tomarnos de la mano y tirar para adelante reconociendo que el que tengo a mi lado es un hermano, no un enemigo o un ser despreciable a vencer.
Tal vez, y como decía el escritor Elie Wiesel, Premio Nobel de la Paz y sobreviviente de los campos de exterminio nazis, es imprescindible realizar una transfusión de memoria (3). Porque la memoria no sólo nos permitirá que no se cometan los mismos errores del pasado, sino que nos dará acceso a aquellos logros que ayudaron a nuestro pueblo a superar las encrucijadas históricas que fue encontrando.
Por eso vuelvo a invitarlos a prestar atención a la escena del frontispicio de esta catedral, esculpido en 1862, elegida con la intención de perpetuar a través del arte, la reconciliación nacional. Allí está representado el episodio bíblico del Antiguo Testamento del encuentro del patriarca Jacob con su hijo José. Buenos Aires venía a reconciliarse con la Confederación Argentina en fraterno pacto de unión rubricado en San José de Flores, en 1859. Luego de enfrentarse por años y desangrarse en luchas fratricidas, los argentinos dijeron basta y se abrazaron. Hoy quisiera que volvamos allí nuestra mirada e imaginemos el abrazo que nos debemos los argentinos, el abrazo que negamos al que piensa distinto, o al que tiene otras costumbres o modo de vivir, el abrazo que no compartimos con los que sufren, incluso los abrazos que no nos pudimos dar durante la pandemia. Usemos las manos para acariciar el dolor y las heridas de tantos que la están pasando mal; “manos a la obra entonces”, pero unidos, como pueblo, más allá de las legítimas diferencias.
Y luego dijo Jesús: “Niña, yo te lo ordeno, levántate”; Argentina, levantate, ponete de pie, vos podés, basta de arrastrarnos en el barro de las descalificaciones y la violencia, basta de vivir paralizados en el odio y el pasado, basta de estar con la esperanza por el suelo; es hora de ponerse de pie, unidos, no a los empujones en un “sálvese quien pueda”, no a costa de los demás, o dejando a muchos al costado del camino de la vida. Es con todos, mirándonos a la cara, porque nuestras decisiones y políticas públicas tienen que tener rostros concretos, historias reales que nos tienen que conmover como hoy Jesús se conmovió ante tanto dolor.
Después Jesús dijo “que le dieran de comer”. Muchos hermanos tienen hambre de pan, revuelven basura buscando qué comer, pero todos tenemos hambre de sentido de vida, hambre de Dios. Nos hemos acostumbrado a comer el pan duro de la desinformación; el pan viejo de la indiferencia y la insensibilidad; estamos empachados de panes sin sabor, fruto de la intolerancia; el pan agrietado por el odio y la descalificación. Tenemos hambre de solidaridad capaz de abrir nuestros encierros y soledades.
Tenemos hambre, de fraternidad para que la indiferencia, el descrédito y la descalificación no llenen nuestras mesas y no tomen el primer puesto en nuestro hogar. Tenemos hambre de esperanza capaz de despertar la ternura y sensibilizar el corazón abriendo caminos de transformación y conversión.
El recordado y querido Papa Francisco decía hace varios años: El diálogo, y todo lo que este implica, nos recuerda que nadie puede limitarse a ser un espectador ni un mero observador. Todos, desde el más pequeño al más grande, tienen un papel activo en la construcción de una sociedad integrada y reconciliada. Esta cultura es posible si todos participamos en su elaboración y construcción. La situación actual no permite meros observadores de las luchas ajenas. Al contrario, es un firme llamado a la responsabilidad personal y social (4).
Como aquella niña curada por Jesús, comencemos a caminar unidos, a caminar dialogando, a caminar hermanados, a caminar con esperanza; las nuevas generaciones y nuestros hijos, se merecen que les dejemos un país curado, un país reconciliado, un país de pie y con horizontes; no los defraudemos.
Monseñor Jorge Ignacio García Cuerva - Arzobispo de Buenos Aires
25 de mayo 2025
Referencias:
1- Cfr FRANCISCO, Homilía, Casa Santa Marta, Ciudad del Vaticano 2015.
2- LEÓN XIV, Discurso a los representantes de los medios de comunicación, Ciudad del Vaticano 2025.
3- Cfr MARGENAT PERALTA, SJ, Josep, Los cristianos en Europa: “transfusión de memoria” para un nuevo humanismo en Razón y Fe 275, octubre 2018.
4- FRANCISCO, Discurso entrega del premio Carlomagno, Ciudad del Vaticano 2016.