La Fundación Gente Nueva inauguró un nuevo Proyecto Territorial para personas adultas, esta vez en la sede de la ARB (Asociación de Recicladores Bariloche), sumándose de esta manera a otros siete barrios con esta modalidad de nivel secundario. Allí laten historias y sentimientos que emocionan de aquellos que se animan a avanzar en sus recorridos educativos. Sus estudiantes, docentes y referentes de ambas organizaciones describen la vigente propuesta.
Los Proyectos Educativos Territoriales surgen para acercar la escuela al barrio, frente a la problemática de las personas adultas, que por las vías que van transitando, tanto de trabajo y organización familiar, les cuesta muchísimo acercarse a la escuela. Esta es una alternativa ante esta problemática que nació después de muchas reuniones entre el equipo directivo del Colegio Aitué y Angelelli (Fundación Gente Nueva) y miembros de la ARB.
“Cuando nos acercaron la propuesta primero la rechazamos porque entendíamos que no lo podíamos sostener. Pero cuando nos explicaron que este mismo proyecto ya lo habían realizado en otros barrios, nos contaron la modalidad y la propuesta, ahí nos convencieron. Es que todos queremos lo mismo: terminar el secundario, superarnos un poquito más y no encerrarnos tanto en el trabajo, la casa y los hijos solamente. Nos sirve porque esto nos hace pensar en otras cuestiones, o nos remueven cosas que queríamos hacer y hasta ahora no habíamos podido. Por eso queremos agradecer al grupo de maestros porque nos insistieron durante mucho tiempo hasta que le encontramos la vuelta”, reconoce Carolina Álvarez, actual presidenta de la ARB.
Así es que fueron muchos los termos de mate, de sostener miradas compartidas, el cebar preguntas sobre la mesa y convidar contención a muchos interrogantes, dudas y miedos que cargaban los integrantes de esta Asociación, que tiene su sede en el corazón del vertedero, sobre ruta 40, en plena pampa de Huenuleo. Tres años después este espacio se hizo realidad.
Zulema Morales, una de sus estudiantes, entiende que “estamos aca para retomar los estudios con esta posibilidad de aprender cuestiones que nos sirven para lo cotidiano, porque muchas veces nuestros nietos o algún familiar nos preguntan cosas que desconocemos y siempre está bueno darles una respuesta. Entonces es una herramienta más para darnos una oportunidad de poder aprender otras cosas, ya que muchas materias y contenidos son nuevos para nosotros, como por ejemplo computación e historia. Y sin dudas que una de las cosas que más rescato de este proyecto es que funciona en el mismo lugar donde trabajamos, porque una vez que llegamos a nuestras casas, sobre todo en invierno, ya no queremos salir más. Este sistema no va a contramano de la logística laboral y familiar que tenemos. Es que ya hemos probado tener que salir de nuestras casas para asistir a la escuela a las 6 de la tarde y no lo pudimos sostener”.
Muchos de estos trabajadorxs llegan a este lugar a las 4 de la mañana, a esperar a los primeros camiones recolectores, (que suelen traer las mejores cargas), y una vez que hacen sus horas respectivas de trabajo, cursan y se van a sus hogares a continuar con sus actividades familiares.
“Me gusta este espacio porque no es lo mismo que ir a una escuela, como cuando éramos chicos, sino que la forma que tienen para enseñarnos está muy buena y resulta atractiva. No lo sentimos como una carga porque el método que tiene para trabajar es muy dinámico. Es por eso que estaría bueno que la mayoría de las 71 personas que aquí trabajamos puedan acercarse e intentarlo. Por eso le contamos la experiencia y los motivamos para que seamos muchos más de los 20 que venimos en la actualidad”, expresa otra estudiante.
La mayoría de los que asisten a esta escuela tienen hijos y familiares que asistieron a alguno de los colegios de la Fundación Gente Nueva, así que conocen a sus docentes. “Entendemos que no cualquier persona va a querer venir a darnos clase a un lugar que no es estrictamente una escuela”, reconocen en forma de agradecimiento.
Entre los estudiantes hay varios jóvenes que necesitan el título de secundario completo o certificado de estudio para ampliar sus horizontes educativos. “Hace poco renuncié a la ARB, y ahora estoy con mi pareja haciendo mecánica, algo que me encanta. Pero quise hacer un curso y me piden para iniciarlo tener el secundario completo, así que aquí estoy. Tengo 30 años, soy madre de dos hijos y quiero darles el ejemplo. Siendo mamá desde muy joven, recién ahora tengo una posibilidad cómo esta, creo que es una puerta que se abre y que llegó el momento indicado para abrirla porque ese saber lo podemos implementar en el día a día”.
Les pregunto cuáles son las materias que más le gustan y el voto en su respuesta resultó dividido y bien diverso, tanto como las historias que componen este espacio ubicado en pleno vertedero, en donde estos curadores ambientales separan los residuos de una ciudad que muchas veces los ignora, de los materiales reciclables que tiene algún valor y que ellos comercializan en forma autogestionada.
“Hace más de 20 años que trabajo en este lugar, y casi todo lo que aprendí en el secundario ya lo había puesto en práctica en la Asociación de Recicladores. Quizás no conocíamos el nombre de cada cosa, pero la sabíamos hacer. Por eso algunos contenidos no fueron tan difíciles de aprender porque ya los teníamos incorporado. Por ejemplo nos sirve mucho en la actualidad saber usar el Gmail, adjuntar un archivo, crear un enlace, reenviar documentos y cuestiones en particular que tienen que ver con informática, algo de lo que sabíamos bien poco y nos facilita el trabajo cotidiano haciendo todo más rápido y operativo”, confiesa Gladys.
Diego comparte su historia y confiesa que se animó a terminar el secundario para motivar a sus hijos y tener la oportunidad de acompañarlos en algún momento que necesiten para que no recorran el camino que él tuvo que transitar. “Algunos pensábamos este año en comenzar la escuela nocturna, pero cuando nos enteramos de esta posibilidad no dudamos. Queremos aprender a leer, escribir y tener un título porque creemos que el día de mañana nos va a servir”, agregan sus compañeros.
Creer. Ese verbo es un denominador común compartido por los que asisten a esta escuela que desde su primer piso donde funciona, tiene una panorámica del manto donde pululan y se entremezclan, camiones recolectores, chimangos, trabajadores, plásticos y objetos de todo tipo. El reloj marca las 13: 00, que es cuando finaliza su horario de estudio. La charla se va extinguiendo entre risas, chistes y el reparto de unos kilos de manzanas que llevan a sus hogares. Antes de sacarnos la foto que servirá para sintetizar esta charla, Carolina nos regala una última frase: “uno de los pendientes que nos quedan en esta vida es terminar el secundario, porque aprender siempre es bueno. Pensar que muchos no sabíamos contar plata cuando entramos aquí a trabajar. Por eso destaco que de alguna manera el estudio nos vino a buscar a nosotros”.
Nunca es tarde
Gustavo Seijo es uno de los referentes de la Fundación Gente Nueva, que gestó y replicó este modelo de educación en otros barrios de nuestra ciudad. Sintetizando las características de este proyecto resume que “en el mismo espacio están los que ya tienen un recorrido educativo previo con los que recién comienzan el secundario. Es por eso que conviven alumnos de primero con otros de tercero en una sola aula, así es que hay una planificación para cada estudiante. El rasgo particular de este espacio en comparación con otros proyectos territoriales, es que aquí sin dudas hay mucho saber hacer. Los conocimientos de cómo registrar los ingresos y egresos en una planilla los tienen adquiridos por ejemplo. Entonces hay que tener mucho cuidado de no infantilizar o escolarizar la propuesta. El ejercicio que tenemos es de saber escuchar lo que saben hacer y qué herramientas necesitan incorporar. Por eso sale con fuerza que les gusta el taller de computación, porque con informática pueden hacer un registro más rápido, digital y certero que se puede compartir. Y eso le facilita la tarea enormemente”.
Facilitar el acceso a la educación puede ser una de las palabras claves y sintetizar el espíritu de este proyecto. Sobre todo cuando la educación para adultos quedó relegada para la nocturnidad, como si fuera un castigo más, un obstáculo extra que deben sortear. Este proyecto educativo, (que articula los esfuerzos del Taller Enrique Angelelli y el Colegio Aitué), es de tres años y tienen un material gráfico que les permite a las y los estudiantes profundizar los contenidos desde sus casas.
“Estamos convencidos de que la educación de adultos no es la educación tradicional. No es sostenible en este momento histórico, político y económico. Entonces hay que crear dispositivos para llegar a territorio. Porque la escuela no es solamente un edificio, sino que es un lugar de encuentro. Como fue en el barrio 29 de septiembre en un merendero, o en el Nahuel Hue en un centro comunitario, en definitiva la escuela es donde nos encontramos y compartimos lo que sabemos hacer”, fundamenta con conocimiento de causa Seijo.
Y en ese compartir los saberes es donde germinan los conceptos de educación popular que abrazan que todos sabemos algo y que ese conocimiento puede y tiene que ser socializado. Muchas veces se analizan esos saberes que nacen por trasmisiones generacionales que no se cuestionan, sino que se repiten. Y en esa puesta en común, la importancia de los grupos en estos espacios educativos resulta fundamental. “Si se consolida un grupo, tenés la mitad del trabajo realizado, porque los grupos, las redes de personas sostienen este proyecto en el tiempo. En los barrios donde el grupo no está armado el proyecto va más lento. Entonces el desafío es escucharlos y adaptar eso que queremos trasmitir, para que sean herramientas concretas que les sirvan en la actualidad”.
Mientras una cumbia suena de fondo y acompaña las tareas de enfardado, el grupo de estudiantes que se retira, charlan entre ellos, sonríen y comparten anécdotas de la jornada de trabajo, señales de que están unidos, que se consideran pares. Y van para adelante. Afuera siguen llegando los camiones recolectores con sus cargas, algunas más valiosas que otras, y con irregulares clasificaciones entre húmedos y secos ya realizadas en los domicilios. Recordamos en silencio el caos que era este lugar en el mundo, con familias enteras viniendo a buscar las sobras turísticas, antes que germine esta Asociación de Recicladores, hace más de 20 años.
Gustavo mira para afuera, respira e identifica un hecho puntual y concreto que para él marcó el origen de este proyecto con la ARB: “Recuerdo un gesto que a nosotros nos gustó mucho que fue llegar un día, después de tantas reuniones, y encontramos un pizarrón colgado en una pared, como invitándonos a venir. Ahí nos dimos cuenta de la responsabilidad que asumimos y lo que significa este espacio para estudiantes y educadores. Nos sentimos exigidos en ese sentido por lo que aquí se genera, profundizando el objetivo que tenemos como educadores de adultos de que no existan más adultos sin terminar el secundario”.