El hundimiento del crucero ARA General Belgrano por parte del submarino nuclear HMS de la Royal Navy alejó toda posibilidad de alcanzar un entendimiento para resolver el conflicto por la soberanía de las islas Malvinas.
La intransigencia del gobierno conservador de la primera ministra británica Margaret Thatcher y la impericia política de los mandos militares argentinos, encabezados por el general Leopoldo Fortunato Galtieri, dejaron allanado el camino para el inicio de las hostilidades en el Atlántico Sur.
El hundimiento del crucero
El domingo 2 de mayo el crucero Belgrano, que viajaba hacia el continente, fue atacado por el Conqueror, que se convirtió así en el primer submarino de propulsión nuclear en hundir una embarcación.
Tras confirmar con Londres en tres oportunidades la orden, el comandante del sumergible lanzó a las 16.02 tres torpedos desde una distancia de cinco kilómetros.
Dos proyectiles dieron en el Belgrano y un tercero golpeó el casco del ARA Bouchard, una de las naves que, junto al ARA Piedrabuena, se encontraban escoltando a esta antigua nave botada en Estados Unidos, que había sobrevivido al ataque japonés sobre la base Pearl Harbor en 1941 y como parte de las operaciones bélicas durante la Segunda Guerra Mundial.
El ataque del Conqueror dejó un saldo de 323 argentinos muertos, la mitad de los efectivos que cayeron durante la contienda, y si bien hubo presentaciones para que esa tragedia se investigara como un crimen de guerra, la Armada se encargó de desestimar esa posibilidad, al declarar en los años ’90 que el Belgrano había sido hundido como parte de una acción bélica.
Ante el comienzo de las hostilidades, Estados Unidos dejó de lado su rol mediador y apoyó de forma decida a Gran Bretaña, y el ataque al Belgrano alejó las posibilidades de llegar a un acuerdo.
Se frustra la salida diplomática
El 1.º de mayo, el presidente peruano, Fernando Belaúnde Terry, presentó una propuesta de paz basada en el cese de hostilidades, el retiro de tropas de la zona de Malvinas, representantes ajenos a las dos partes para administrar el conflicto, reconocimiento de los dos países de la existencia de un diferendo y contemplar los intereses de los isleños.
El plan otorgaba un plazo de un año para llegar a una solución pacífica. Sin embargo, la salida diplomática no puso prosperar.
El hundimiento del General Belgrano hizo que los mandos de la Armada, encabezados por el almirante Jorge Anaya, presionaran para dejar atrás toda posibilidad de negociación.
Al otro lado del Atlántico, en Londres, el gobierno británico de Thatcher veía en la victoria militar una oportunidad para consolidar su frente interno en una sociedad con una economía en recesión y ajuste.
El 4 de mayo, dos aviones Super Étendard, de fabricación francesa, despegaron de la base aeronaval de Río Grande, en Tierra del Fuego, con el objetivo de golpear a parte de la flota británica que se encontraba al este de la isla Soledad.
Las naves estaban piloteadas por el capitán de corbeta Augusto Bedacarratz y el teniente de navío Armando Mayora, que, tras reabastecerse en vuelo, dispararon dos misiles Exocet sobre el Sheffield, una de las naves más modernas de la Royal Navy. Se trataba de un destructor con capacidad de disparar misiles teledirigidos que se hundió días después, tras un ataque que dejó 21 marinos británicos muertos.
Las acciones aeronavales se sucedieron en medio del fuego naval británico que golpeaba las islas y las acciones de los pilotos de la Fuerza Aérea Argentina que hostigaban a la flota.
En Argentina se vivía un clima de triunfalismo, alimentado por una prensa que magnificaba los éxitos militares con una frase que se publicó varias veces en la revista Gente: “Seguimos ganando”
El desembarco británico
El 21 de mayo, tras un intenso bombardeo naval sobre las posiciones argentinas, infantes de marina británicos lograron desembarcar en el estrecho de San Carlos.
Una semana más tarde, el Segundo Batallón de Paracaidistas británicos tomó el istmo de Darwin, en la isla Soledad, tras librar una batalla con 600 efectivos argentinos en la pradera de Ganso Verde.
En el ínterin, aviones A-4B Skyhawk hundieron la fragata Antelope; el 25 de mayo, una escuadrilla de la Fuerza Aérea Argentina mandó a pique al destructor Coventry.
El 30, una acción combinada de pilotos de la aviación naval y de la Fuerza Aérea Argentina lanzó un ataque contra el portaaviones Invencible.
En tierra, las fuerzas británicas comenzaron a estrechar el cerco sobre Puerto Argentino con superioridad en el alcance de su artillería. Los cañones de los británicos tenían un alcance de 17 kilómetros, mientras que los argentinos no podían hacer blanco a más de 14 kilómetros.
Los mandos de la Task Force intentaron llevar a cabo el 8 de junio un arriesgado plan de desembarco a 16 kilómetros al sur de Puerto Argentino, en una zona conocida como Bahía Agradable.
Ataques contra la flota inglesa
Aviones de la Fuerza Aérea tomaron por sorpresa a la escuadra naval británica; hundieron dos buques de desembarco y dañaron una fragata. Murieron 56 militares británicos y 200 terminaron heridos, en lo que se conoció como “el día más negro de la flota”.
Cuatro días después, un equipo de ingenieros de la Armada logró la proeza técnica de disparar desde tierra un misil Exocet que dejó fuera de combate al destructor Glamorgan.
La noche del 11 de junio se inició el combate más sangriento de la guerra en Monte Longdon, cuando soldados del 3.º batallón de los paracaidistas atacaron las posiciones argentinas cercanas a la capital de las islas.
Argentinos y británicos libraron en esas estribaciones un cruento combate de más de 12 horas, que dejó decenas de muertos de ambos lados.
Balas trazantes que surcaban la noche como un torrente de fuego; el sonido estruendoso de los morteros y combates cuerpo a cuerpo, a bayoneta calada, en imágenes dignas de la Primera Guerra, formaban parte del tétrico escenario de sangre y fuego que se conformó esa noche en Monte Longdon.
En 1993, el excabo de los paracaidistas Vincent Bramley contó que había presenciado fusilamientos a soldados argentinos que fueron tomados como prisioneros. Bramley denunció que varios de sus excompañeros cometieron crímenes de guerra tras esa durísima batalla.
La rendición
Monte Tumbledown significó la última resistencia argentina en la mañana del 14 de junio, en un enfrentamiento que libraron efectivos del Batallón de Infantería de Marina (BIM5), y dos compañías del Ejército resistieron a la Guardia Escocesa hasta que se ordenó el repliegue a Puerto Argentino.
El general Mario Benjamín Menéndez, gobernador militar de Malvinas, se comunicó con Galtieri para informarle que la guarnición ya no podía resistir.
“Llámeme a las 19”, le ordenó el presidente de facto a Menéndez, que le respondió a su interlocutor que “no entendía bien la situación”.
Menéndez convino los términos de la rendición con el comandante de las tropas británicas de tierra, mayor general Jeremy Moore, y el acta se firmó en horas de la noche. En el primer documento redactado, figuraba la palabra “incondicional” junto al término rendición, y Menéndez, bien afeitado y prolijamente vestido, pidió que se retirara.
Moore, vestido de fajina y extenuado tras semanas de campaña, aceptó, sabiendo que nada podía modificar el resultado de aquella contienda.
“Está bien, general, lo quitamos. ¿Cuál es el problema”, le espetó el alto oficial de su Majestad. Se pactó que los argentinos conservarían sus banderas, y los oficiales mantendrían el mando de las tropas y sus armas de mano.
Más de 4000 soldados llegaron a Puerto Madryn el 19 de junio. Ese día, la ciudad salió a recibirlos y se quedó sin pan; todo era para quienes habían combatido en Malvinas. Galtieri dejaría de ser presidente a los pocos días, desplazado por los mandos del Ejército, que decidían que lo mejor era iniciar una transición hacia un régimen constitucional.
En las islas y los mares australes, quedaron 649 argentinos caídos en una contienda que dejó una herida que aún permanece abierta en la memoria de un pueblo y una Nación que aún reclama sus legítimos derechos sobre las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur. (SOMOSTELAM)