Los maestros franceses de los genocidas argentinos

Los maestros franceses de los genocidas argentinos

En 2003, el Canal Plus de Francia, sacudió la opinión pública de ese país con el documental “Escuadrones de la muerte” de la realizadora Marie-Monrique Robin. La investigación periodística puso en evidencia la estrecha vinculación de militares franceses con sus pares de Argentina, Chile y Brasil durante las dictaduras que poblaron América Latina en los años setenta.

Por Pedro Pesatti (*)

El documental -que se conoció tres años después en la Argentina, en el contexto de la recordación de los treinta años del golpe de estado del `76- demuestra la participación de oficiales franceses en el entrenamiento y adoctrinamiento de los represores locales y expone, además, los testimonios brutales de militares argentinos y chilenos, como Manuel Contreras -jefe de la DINA durante la dictadura pinochetista- o de Díaz Bessone, Harguindeguy y Bignone de la dictadura Argentina, justificando la desaparición de personas y el tormento.

La directora Marie-Monique Robin, para lograr el testimonio de los genocidas, debió apelar a distintas argucias. En muchos casos se presentó como una historiadora perteneciente a una organización de extrema derecha y debió utilizar también cámaras ocultas para registrar los testimonios de los principales protagonistas de la represión y del Plan Cóndor que hermanaba a las dictaduras de Latinoamericana. Sin embargo el protagonista del documental es sin duda el general Paul Aussaresses que reivindica los métodos que aplicó en Argelia sin mostrar un solo signo de arrepentimiento.

El general Aussaresses

Durante 2001 los lectores franceses fueron sacudidos por la publicación de “Servicios Especiales, Algeria 1955-1957” de un octagenario general que durante la guerra por la independencia de la ex colonia francesa torturó y asesinó a cientos de argelinos cuyo texto es una confesión de los crímenes de lesa humanidad que él y el Ejército Francés cometieron durante el proceso de liberación del país árabe. En un artículo publicado ese año por Vargas Llosa, en el diario “El País” de España, el escritor peruano sostiene que junto a las náuseas que provoca la lectura del libro, “todavía resulta más repugnante la manera poncio-pilatesca de cómo algunas autoridades actuales y de la época en cuestión han evadido los graves cargos que este documento hace gravitar sobre las instituciones políticas, judiciales y militares, convirtiendo en chivo expiatorio y único responsable de estos horrores a quien, a todas luces, no era más que el ejecutante de una estrategia diseñada al más alto nivel y con complicidades en todos los escalones del Estado”.

“La tesis del general Aussaresses -sostiene más adelante Vargas Llosa- es que la única manera en que se puede combatir el terrorismo es mediante el contra-terrorismo, y que el Estado que, por razones legales o morales se rehúsa a emplearlo, se condena a la derrota. El argumento subliminal de su libro, claro está, es que Francia perdió Argelia no porque, en nuestra época, el colonialismo es poco menos que insostenible, ni por haber torturado y asesinado argelinos, sino por haberlo hecho sólo a medias y con excesivos escrúpulos.”

Aussaresses luego de haber combatido en la Segunda Guerra Mundial, se incorporó, durante la guerra de Indochina, en la Agrupación de Comandos Mixtos Aerotransportados bajo el mando del teniente coronel Roger Trinquier, uno de los principales teóricos de las doctrinas que nutrirían la formación de militares argentinos años más tarde. Luego de la derrota que sufre Francia en Indochina, Aussaresses y Trinquier son enviados en 1957 como auxiliares del general Massu, en Argelia.

En Argel, Trinquier desarrollará sus teorías de represión en zonas urbanas que Aussaresses aplicará al pie de la letra. La ciudad es divida en zonas, se produce el fichaje masivo de la población, se utilizan los allanamientos ilegales como método y la extorsión junto a la tortura para obtener información. Pero no sólo eso: también inauguran como práctica la desaparición de personas para aterrorizar a la población y los vuelos de la muerte.

“Nuestro equipo -explica Aussaresses en su libro- salía cada noche hacia las ocho y nos las arreglábamos para estar de vuelta antes de medianoche con nuestros sospechosos, para proceder a los interrogatorios. (...) La mayor parte de las operaciones conducían a interrogatorios y otras terminaban con liquidaciones puras y simples, que se hacían sobre el terreno. (...) La tortura era utilizada sistemáticamente si el prisionero rehusaba hablar, lo cual sucedía con frecuencia. Era raro que los prisioneros interrogados por la noche llegaran todavía vivos al amanecer. (...) No era posible hacerles entrar en el circuito judicial: eran demasiado numerosos y los engranajes de la máquina se habrían atascado. Por consiguiente, las ejecuciones sumarias formaban parte integrante de las tareas inevitables del mantenimiento del orden”.

En otro tramo de su libro Aussaresses admite cómo organizó el asesinato del jefe del Frente de Liberación Nacional de Argelia, Larbi Ben Mhidi, con el aval del general Jacques Massu con quien discutió largamente el método más conveniente para deshacerse del líder de liberación argelina. “Llegamos a la conclusión de que un proceso a Ben Mhidi no era deseable: habría implicado repercusiones internacionales. (...) Aislamos al prisionero en una habitación ya preparada (...) y con el apoyo de mis ayudantes le ahorcamos de una manera que se pudiera pensar en un suicidio".

Los alumnos de la escuela francesa

Habían pasado apenas dos años de los bombardeos sobre la Plaza de Mayo y un año de los fusilamientos de José León Suárez durante el movimiento que lideró el general Juan José Valle -fusilado también por orden del gobierno de Aramburu- cuando los militares argentinos deciden estrechar sus lazos con sus pares franceses para incluir, en los cursos para oficiales superiores, los principios doctrinarios aplicados en Argelia. El hombre clave de esta decisión es el coronel Carlos Rosas que en 1957 había cumplido un ciclo de adiestramiento en la Escuela Superior de Guerra de París y que al volver al país es designado como subdirector de la escuela de guerra de los militares argentinos. Obnubilado por las enseñanzas de sus maestros franceses, Rosas contagia rápidamente su entusiasmo a sus jefes que le solicitan al ejército francés su colaboración para contribuir a la formación de oficiales. Francia envía a los tenientes coroneles Patrice de Naurois y François-Piedra Badie. Por otra parte, en 1958 el Ministro de Defensa de Francia, Jacques Chaban-Delmas, autoriza a sesenta cadetes pertenecientes a la primera promoción que se forman en la doctrina francesa a realizar un “viaje de estudios” a Argel mientras otros sesenta viajarán directamente a Francia. Ya en 1960 los lazos entre los militares de ambos países eran muy sólidos y se establece en la Argentina una misión militar francesa permanente. La misión incluye a tres oficiales superiores con el objeto de profundizar la preparación del ejército argentino en torno a los principios doctrinarios de Trinquier y compañía. Para inaugurar esta vinculación el gobierno de Francia destaca en Buenos Aires al general André Demetz, jefe de Estado Mayor del Ejército y al teniente coronel Henri Grand d'Esnon para instalar formalmente la misión. Le corresponde a este último dirigirse a su auditorio de la Escuela Superior de Guerra de Argentina. Allí, el 26 de mayo de 1960, funda la necesidad de que el ejército ocupe un lugar central en el control social de la población para la destrucción de fuerzas insurgentes.

La vanguardia argentina

Los frutos de la escuela francesa maduran rápidamente. En julio de 1961 en el ámbito de la Conferencia de los Ejércitos Americanos -una organización que nace al calor de la Guerra Fría- se dicta el Curso Interamericano de Lucha Antimarxista, dirigido por el argentino López Aufranc -egresado de la escuela de guerra francesa y futuro represor durante el Proceso- del que participan treinta y nueve oficiales de trece países de América Latina y Estados Unidos.

Los franceses no ocultan su orgullo ante el éxito de la convocatoria. Así se lo hace saber el embajador de Francia en Argentina a su gobierno al mencionar que los asesores militares franceses “en la concepción y la preparación de este curso fue determinante (...) y se debe destacar la presencia de militares de Estados Unidos entre los participantes a esta pasantía, donde se reserva un lugar importante al estudio de la lucha antimarxista en un espíritu y según métodos que se benefician ampliamente de la experiencia adquirida en este ámbito por el ejército francés.”

El Plan Cóndor ya estaba naciendo y Argentina ocupa un lugar privilegiado por la escuela francesa que continúa enviando oficiales para nutrir su misión, como el comandante Boulnois, autor de numerosos textos sobre la guerra revolucionaria. En concreto, entre 1956 y 1963, los franceses son los responsables de la formación de toda una camada de oficiales en ascenso y autores de la doctrina que se aplicará durante el plan CONINTES, publicada en tres volúmenes bajo la denominación “RC-8-2/Operaciones contra fuerzas irregulares”. Al promediar los sesenta, cuando predomina en la conducción del Ejército una tendencia más pro-norteamericana, los franceses se repliegan a un segundo plano aunque no desaprovecharán las oportunidades para venderle armas a la Argentina con la que hacen excelentes negocios durante todo este período.

Los franceses, sin embargo, volverán a ser convocados por el Ejército unos años antes del golpe de Estado de 1976, cuando ya se vaticinaba la muerte del general Perón. La preparación del personal militar para luchar contra el enemigo interno se acentúa. Los soldados asisten a la proyección de una película que había sido concebida con un fin denunciatorio, “La batalla de Argel”, del italiano Gillo Pontecorvo considerada por el general Trinquier como el mejor instrumento para enseñar sus técnicas, especialmente por la verosimilitud de las escenas de tortura que muestra el film.

Nuevamente se establece en Buenos Aires una misión militar permanente. El gobierno de Pompidou envía al coronel Robert Servant como jefe de la misión, veterano de Indochina, responsable en Argel de las torturas a los simpatizantes del Frente de Liberación Nacional y amigo del último presidente de facto del Proceso, Reynaldo Bignone.

Servant se instalará en el piso 12 del Estado Mayor del Ejército, con ventana al Río de la Plata para asesorar a los represores argentinos en el plan genocida que consumará el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. Como reconoce Bignone en el documental de Marie-Monrique Robin, Servant no cobra su sueldo en vano: trabaja a la par de sus colegas argentinos hasta que abandona el país en octubre de 1976.

Es también el mismo Bignone el que relata que los métodos aplicados por el Proceso fueron una copia de los métodos aplicados en Argel. “Inteligencia, cuadriculación del territorio dividido por zonas. La diferencia es que Argelia era una colonia y lo nuestro fue dentro del país. Era una diferencia de forma pero no de fondo en la aplicación de la doctrina”. Para ratificar las expresiones de Bignone, el ex comandante del Segundo Cuerpo de Ejército, Ramón Genaro Díaz Bessone, fue coherentemente brutal: “¿Cómo puede sacar información (a un detenido) si usted no lo aprieta, si usted no lo tortura?”.

(*) Vicegobernador de Río Negro

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